TRABAJO PRÀCTICO SEMANA DE EVALUACIÒN CONTINUA. SE DEBERÀ ENTREGAR EL VIERNES 06/12/19 DE MANERA COMPLETA PARA SU APROBACIÒN.
El lazarillo de
Tormes
Recomendaciones:
Teniendo
en cuenta el perìodo de evaluaciòn continua (6 al 13/12) el
siguiente trabajo se deberà entregar con todas las actividades
completas, bien desarrolladas,prolija y con caràtula, al comenzar la
clase.
Investigaciòn:
buscar informaciòn sobre el contexto històrico del libro (època,
sucesos històricos, sociales y culturales).
Tratado I
1.
Explicà la historia de Làzado antes de comenzar a vivir con
el ciego
a)Narra
como fue el episodio de la cabeza de toro y explicà
la frase dicha por el ciego luego de ese momento:“Necio, aprende
que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo”, la
frase dicha por el ciego luego de ese momento.
b)
Indica con qué engaños logra Lázaro conseguir comida del ciego.
c).
¿Qué decide hacerle el Lazarillo al ciego como despedida?
d).
Describe al ciego.
Tratado
II
a)¿Por qué tenía el clérigo las llaves de un arca?
b)¿Por qué le gustaban a este personaje los velatorios?
c)
¿Qué hace Lázaro para poder comer y cómo lo disimula?
d)
Cómo reacciona el clérigo al descubrir el robo?
Tratado
III
a)
¿Cómo era la casa del escudero?
b)
¿De qué manera logra Lázaro comida mientras vive con este
personaje?
c).
¿Cómo era el escudero? ¿Por qué era para él tan importante la
honra?
d).
¿Por qué huye el escudero finalmente?
e)
Describì al escudero.
Tratado
IV
a)
Resume el tratado IV (2 o 3 líneas).
Tratado
V
a)
Explicà en qué consistía el oficio del buldero.
b)Resume
el engaño que llevaron a cabo el buldero y el alguacil.
Tratado VI
a)
¿Por qué Lázaro está contento con el oficio que consigue con el
capellán? ¿En qué consistía este trabajo?
Tratado
VII
a)¿Cuál
es el oficio final en el que Lázaro se asienta? ¿En qué consistía
el empleo?
b)
Explicà el significado de las palabras de Lázaro: “yo
determiné de arrimarme a los buenos”.
CUENTO FANTÀSTICO:WILLIAM WILSON- EDGAR ALAN POE
LEJANA -JULIO CORTÀZAR-RELATOS FANTÀSTICOS. EL TEMA DEL DOBLE
Antecedentes del realismo:
El lapso que va del siglo xvi al xvii lleno de conflictos políticos y militares, es paradójicamente
conocido como el Siglo de Oro Español, debido al esplendor cultural obtenido en las artes y
humanidades. Durante ese período, la situación política, económica y social de España sufrió
cambios radicales. Ochenta y dos años transcurrieron entre la primera impresión de El Lazarillo de
Tormes (1533) y la publicación de la segunda parte de El Quijote de la Mancha (1615). En esa época
se mantiene la división medieval en estamentos -nobleza, clero y Estado llano- pero aparecen
cambios a consecuencia del ascenso de la burguesía.
- En la nobleza se distinguen caballeros e hidalgos. El hidalgo empobrecido (como lo es don
Quijote) goza todavía de ciertos privilegios de su clase, pero al no poseer dinero no tiene
poder.
- En toda Europa, la expropiación de tierras a grandes feudos y la liberación del vasallo dejan
al campesinado sin la protección del señor. Lo que convierte gran parte del sector en
"marginal". En España, las condiciones adversas en que viven los campesinos hacen que
los campos se despueblen y que grandes masas se trasladen a las ciudades.
- A fines del siglo xv y durante todo el siglo xvi, la legislación europea evidencia la necesidad
de protegerse de estos vagabundos, pícaros y bandoleros.
- En el siglo xvii la sociedad española sufre una grave crisis demográfica como consecuencia
de la expulsión de los moriscos (musulmanes españoles bautizados) y la mortalidad
originada por las guerras continuas, las hambrunas y las pestes.
Así es como entra en crisis el modelo medieval y nace la sociedad de clases y la economía
capitalista que propician, en el arte, una mirada de desengaño en las obras que presentan
diferentes versiones (de nostalgia, de denuncia, de renovación) acerca de la realidad circundante.
La picaresca, antecedente del realismo
Con la publicación de La vida de El Lazarillo de Tormes, en 1533, surge en España la picaresca. Este
género realista es la antípoda de las novelas de caballería y las pastoriles (populares en la época)
en las que los personajes y sus acciones son idealizados.
Su estructura se divide en tres partes: a) un prólogo, en el que siendo adulto, el protagonista
expone la intención de relatar las vicisitudes de su vida a un destinatario de gran jerarquía; b) seis
tratados o capítulos que reconstruyen el tránsito de la infancia a la adultez al servicio de
inescrupulosos amos, y c) un último tratado a modo de cierre, en el que Lázaro justifica la
aceptación del adulterio de su mujer como una concesión necesaria para conservar su presente
bienestar económico. De este modo, por primera vez en la literatura española, se oye la voz de
personajes marginales (mendigos, ladrones, estafadores), quienes se burlan de la doble moral de
sus señores (nobles, hidalgos y clérigos), y denuncian los mecanismos sociales que perpetúan su
condición de desheredados dando testimonio crítico de su época En. Guzmán de Alfarache, de
Mateo Alemán (1599), y en El Buscón, de Quevedo (1626) se observan los rasgos que definen a la
picaresca a tal punto que muchos estudiosos encuentran en el anonimato del Lazarillo de Tormes
una estrategia del autor para eludir la persecución y la censura.
Características
- narrador en primera persona que, obligado por las circunstancias, justifica su deshonrosa
condición a partir de la narración retrospectiva de sus desventuras.
-Marginalidad del protagonista, a quien su humilde genealogía y la necesidad extrema lo
inclinan-a adoptar una vida inescrupulosa.
-Formato de carta (género epistolar), habitual en el siglo xvi para el relato de sucesos, que admite
la presencia de un personaje de alto rango que oficia de lector interno.
-Estructura episódica que muestra la transformación de un niño inocente en pícaro, a medida
que toma contacto con distintos tipos sociales, de moralidad discutible.
-La comicidad de la historia, producto del distanciamiento y del tono burlón e irónico que adopta
el narrador al contar duros sucesos de su vida.
-La mirada crítica, una visión descarnada del conjunto social y la caída de los valores medievales
(honor, hidalguía, religiosidad) ante el peso del dinero.
-La construcción de un mundo ficcional verosímil a partir de la caracterización precisa de eventos
históricos, lugares y tipos sociales reconocibles por el lector en el mundo real.
ACTIVIDADES: TRABAJAREMOS CON EL SIGUIENTE TEXTO
¿Qué es un movimiento literario?
Los Movimientos Literarios: son una forma de estudiar la literatura, dividiéndola en períodos o corrientes, según características de los autores que componen cada uno de esos períodos, formas de pensar y de sentir del hombre, y con la condición de que hayan compartido una misma época histórica. Como te dijeron, son tendencias artísticas que surgen en diferentes épocas, de acuerdo con los acontecimientos históricos circundantes y los estudios filosóficos del momento.
DEFINICION DE REALISMO
audiolibro lazarillo de tormes
Bola
de Sebo Guy de Maupassant
Durante muchos días
consecutivos pasaron por la ciudad restos del ejército derrotado.
Más que tropas regulares, parecían hordas en dispersión. Los
soldados llevaban las barbas crecidas y sucias, los uniformes hechos
jirones y llegaban con apariencia de cansancio, sin bandera, sin
disciplina. Todos parecían abrumados y derrengados, incapaces de
concebir una idea o de tomar una resolución, andaban sólo por
costumbre y caían muertos de fatiga en cuanto se paraban. Los más
eran movilizados, hombres pacíficos muchos de los cuales no hicieron
otra cosa en el mundo que disfrutar de sus rentas, y los abrumaba el
peso del fusil; otros eran jóvenes voluntarios,impresionables, prontos
al terror y al entusiasmo, dispuestos fácilmente a huir o acometer;
y mezclados con ellos, iban algunos veteranos aguerridos, restos de
una división destrozada en un terrible combate; artilleros de
uniforme oscuro, alineados con reclutas de varias procedencias, entre
los cuales aparecía el brillante casco de algún dragón tardo en el
andar, que seguía difícilmente la marcha ligera de los infantes.
Compañías de francotiradores, bautizados con epítetos heroicos:
Los Vengadores de la Derrota, Los Ciudadanos de la Tumba, Los
Compañeros de la Muerte, aparecían aspecto de facinerosos,
capitaneados por antiguos almacenistas de paños o de cereales,
convertidos en jefes gracias a su dinero -cuando no al tamaño de las
guías de sus bigotes-, cargados de armas, de abrigos y de galones,
que hablaban con voz campanuda, proyectaban planes de campaña y
pretendían ser los únicos cimientos, el único sostén de la
Francia agonizante, cuyo peso moral gravitaba por entero sobre sus
hombros de fanfarrones, a la vez que se mostraban temerosos de sus
mismos soldados, gentes del bronce, muchos de ellos valientes, y
también forajidos y truhanes. Se dijo por entonces que los prusianos
iban a entrar en Ruán. La Guardia Nacional, que desde dos meses
atrás practicaba con gran lujo de precauciones prudentes
reconocimientos en los bosques vecinos, fusilando a veces a sus
propios centinelas y aprestándose al combate cuando un gazapillo
hacia crujir la hojarasca, se retiró a sus hogares. Las armas los
uniformes todos los mortíferos arreos que hasta entonces derramaron
el terror sobre las carreteras nacionales, en tres leguas a la
redonda, desaparecieron de repente. Los últimos soldados franceses
acababan de atravesar el Sena buscando el camino de Pont-Audemer por
Saint-Sever y Bourg-Achard, y su general iba tras ellos entre dos de
sus ayudantes, a pie, desalentado porque no podía intentar nada con
los jirones de un ejército deshecho y enloquecido por el terrible
desastre de un pueblo acostumbrado a vencer y al presente vencido,
sin gloria ni desquite, a pesar de su bravura legendaria. Una calma
profunda, una terrible y silenciosa inquietud, abrumaron a la
población. Muchos burgueses acomodados, entumecidos en el comercio,
esperaban ansiosamente a los invasores, con el temor de que juzgasen
armas de combate un asador y un cuchillo de cocina. La vida se
paralizó, se cerraron las tiendas, las calles enmudecieron. De tarde
en tarde un transeúnte, acobardado por aquel mortal silencio, al
deslizarse rápidamente, rozaba el revoco de las fachadas. La
zozobra, la incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una
vez el invasor. En la tarde del día que siguió a la marcha de las
tropas francesas, aparecieron algunos ulanos sin que nadie se diese
cuenta de cómo ni por dónde, y atravesaron a galope la ciudad.
Luego, una masa negra se presentó por Santa Catalina, en tanto que
otras dos oleadas de alemanes llegaban por los caminos de Darnetal y
de Boisguillaume. Las vanguardias de los tres cuerpos se reunieron a
una hora fija en la plaza del Ayuntamiento y por todas las calles
próximas afluyó el ejército victorioso, desplegando sus
batallones, que hacían resonar en el empedrado el compás de su paso
rítmico y recio. Las voces de mando, chilladas guturalmente,
repercutían a lo largo de los edificios, que parecían muertos y
abandonados, mientras que detrás de los postigos entornados algunos
ojos inquietos observaban a los invasores, dueños de la ciudad y de
vidas y haciendas por derecho de conquista. Los habitantes, a oscuras
en sus viviendas, sentían la desesperación que producen los
cataclismos, los grandes trastornos asoladores de la tierra, contra
los cuales toda precaución y toda energía son estériles La misma
sensación se reproduce cada vez que se altera el orden establecido,
cada vez que deja de existir la seguridad personal, y todo lo que
protegen las leyes de los hombres o de la Naturaleza se pone a merced
de una brutalidad inconsciente y feroz. Un terremoto aplastando entre
los escombros de las casas a todo el vecindario; un río desbordado
que arrastra los cadáveres de los campesinos ahogados, junto a los
de sus bueyes y las vigas de sus viviendas, o un ejército victorioso
que acuchilla a los que se defienden, hace a los demás prisioneros,
saquea en nombre de las armas vencedoras y ofrenda sus preces a un
dios, al compás de los cañonazos, son otros tantos azotes horribles
que destruyen toda creencia en la eterna justicia, toda la confianza
que nos han enseñado a tener en la protección del cielo y en el
juicio humano. Se acercaba a cada puerta un grupo de alemanes y se
alojaban en todas las casas. Después del triunfo, la ocupación. Se
veían obligados los vencidos a mostrarse atentos con lo vencedores.
Al cabo de algunos días, y disipado ya el temor del principio, se
restableció la calma. En muchas casas un oficial prusiano compartía
la mesa de una familia. Algunos, por cortesía o por tener
sentimientos delicados compadecían a los franceses y manifestaban
que les repugnó verse obligados a tomar parte activa en la guerra.
Se les agradecían esas demostraciones de aprecio, pensando, además,
que alguna vez sería necesaria su protección.[...]Los
franceses no salían con frecuencia, pero los soldados prusianos
transitaban por las calles a todas horas. Al fin y al cabo, los
oficiales de húsares azules que arrastraban con arrogancia sus
chafarotes por las aceras no demostraban a los humildes ciudadanos
mayor desprecio del que les habían manifestado el año anterior los
oficiales de cazadores franceses que frecuentaban los mismos cafés.
Había, sin embargo, un algo especial en el ambiente; algo sutil y
desconocido; una atmósfera extraña e intolerable, como una peste
difundida: la peste de la invasión.[..
]
Porque los odios que inspira el invasor arman siempre los brazos de
algunos intrépidos, resignados a morir por una idea. Pero como los
vencedores, a pesar de haber sometido la ciudad al rigor de su
disciplina inflexible, no habían cometido ninguna de las
brutalidades que les atribuían y afirmaban su fama de crueles en el
curso de su marcha triunfal, se rehicieron les ánimos vencidos y la
conveniencia del negocio reinó de nuevo entre los comerciantes de la
región. Algunos tenían planteados asuntos de importancia en El
Havre, ocupado todavía por el ejército francés, y se propusieron
hacer una intentona para llegar a ese puerto, yendo en coche a Dieppe
en donde podrían embarcar. Apoyados en la influencia de algunos
oficiales alemanes, a los que trataban amistosamente, obtuvieron del
general un salvoconducto para el viaje. Así, pues se había
prevenido una espaciosa diligencia de cuatro caballos para diez
personas, previamente inscritas en el establecimiento de un
alquilador de coches; y se fijó la salida para un martes, muy
temprano, con objeto de evitar la curiosidad y aglomeración de
transeúntes. Días antes, las heladas habían endurecido ya la
tierra, y el lunes, a eso de las tres, densos nubarrones empujados
por un viento norte descargaron una tremenda nevada que duró toda la
tarde y toda la noche. A eso de las cuatro y media de la madrugada,
los viajeros se reunieron en el patio de la Posada Normanda. en cuyo
lugar debían tomar la diligencia. Llegaban muertos de sueño; y
tiritaban de frío, arrebujados en sus mantas de viaje. Apenas se
distinguían en la oscuridad, y la superposición de pesados abrigos
daba el aspecto, a todas aquellas personas, de sacerdotes barrigudos,
vestidos con sus largas sotanas. Dos de los viajeros se reconocieron;
otro los abordó y hablaron. -Voy con mi mujer- dijo uno. -Yo
también. -Y yo. El primero añadió: -No pensamos volver a Ruán, y
si los prusianos se acercan a El Havre, nos embarcaremos para
Inglaterra. Los tres eran de naturaleza semejante, y sin duda, por
eso tenían aspiraciones idénticas Aún estaba el coche sin
enganchar. Un farolito, llevado por un mozo de cuadra, de cuando en
cuando aparecía en una puerta oscura, para desaparecer
inmediatamente por otra. Los caballos herían con los cascos el suelo
produciendo un ruido amortiguado por la paja de sus camas, y se oía
una voz de hombre, dirigiéndose a las bestias a intervalos razonable
o blasfemadora. Un ligero rumor de cascabeles anunciaba el manejo de
los arneses, cuyo rumor se convirtió bien pronto en un tintineo
claro y continuo, regulado por los movimientos de una bestia; cesaba
de pronto, y volvía a producirse con una brusca sacudida acompañado
por el ruido seco de las herraduras al chocar en las piedras. Se
cerró de golpe la puerta. Cesó todo ruido. Los burgueses, helados,
ya no hablaban; permanecían inmóviles y rígidos Una espesa cortina
de copos blancos se desplegaba continuamente, abrillantada y
temblorosa; cubría la tierra, sumergiéndolo todo en una espuma
helada y sólo se oía en el profundo silencio de la ciudad el roce
vago, inexplicable, tenue, de la nieve al caer, sensación más que
ruido, entrecruzamiento de átomos ligeros que parecen llenar el
espacio, cubrir el mundo. EI hombre reapareció, con su linterna,
tirando de un ronzal sujeto al morro de un rocín que le seguía de
mala gana. Lo arrimó a la lanza, enganchó los tiros, dio varias
vueltas en torno, asegurando los arneses; todo lo hacía con una sola
mano, sin dejar el farol que llevaba en la otra. Cuando iba de nuevo
al establo para sacar la segunda bestia, reparó en los inmóviles
viajeros, blanqueados ya por la nieve, y les dijo: -¿Por qué no
suben al coche y estarán resguardados al menos. Sin duda no se les
había ocurrido, y ante aquella invitación se precipitaron a ocupar
sus asientos. Los tres maridos instalaron a sus mujeres en la parte
anterior y subieron; en seguida, otras formas, borrosas y arropadas,
fueron instalándose como podían, sin hablar ni una palabra. En el
suelo del carruaje había una buena porción de paja, en la cual se
hundían los pies. Las señoras que habían entrado primero llevaban
caloríferos de cobre con un carbón químico, y mientras los
preparaban, charlaron a media voz: cambiaban impresiones acerca del
buen resultado de aquellos aparatos y repetían cosas que de puro
sabidas debieron tener olvidadas. Por fin, una vez enganchados en la
diligencia seis rocines en vez de cuatro, porque las dificultades
aumentaban con el mal tiempo, una voz desde el pescante preguntó:
-¿Han subido ya todos? Otra contestó desde dentro: -Sí; no falta
ninguno. Y el coche se puso en marcha Avanzaba lentamente,
lentamente, a paso corto. Las ruedas se hundían en la nieve, la caja
entera crujía con sordos rechinamientos; los animales resbalaban,
resollaban, humeaban; y el gigantesco látigo del mayoral restallaba
sin reposo, volteaba en todos sentidos, arrollándose y
desarrollándose como una delgada culebra, y azotando bruscamente la
grupa de algún caballo, que se agarraba entonces mejor, gracias a un
esfuerzo más grande. La claridad aumentaba imperceptiblemente.
Aquellos ligeros copos que un viajero culto, natural de Ruán
precisamente, había comparado a una lluvia de algodón, luego
dejaron de caer. Un resplandor amarillento se filtraba entre los
nubarrones pesados y oscuros, bajo cuya sombra resaltaba más la
resplandeciente blancura del campo, donde aparecía, ya una hilera de
árboles cubiertos de blanquísima escarcha, ya una choza con una
caperuza de nieve. A la triste claridad de aurora lívida los
viajeros empezaron a mirarse curiosamente. Ocupando los mejores
asientos de la parte anterior, dormitaban, uno frente a otro, el
señor y la señora Loiseau, almacenistas de vinos en la calle de
Grand Port. Antiguo dependiente de un vinatero, hizo fortuna
continuando por su cuenta el negocio que había sido la ruina de su
principal. Vendiendo barato un vino malísimo a los taberneros
rurales, adquirió fama de pícaro redomado, y era un verdadero
normando rebosante de astucia y jovialidad Tanto como sus bribonadas,
se comentaban también sus agudezas, no siempre ocultas, y sus bromas
de todo género; nadie podía referirse a él sin añadir como un
estribillo necesario: "Ese Loiseau es insustituible." De
poca estatura, realzaba con una barriga hinchada como un globo la
pequeñez de su cuerpo, al que servía de remate una faz arrebolada
entre dos patillas canosas. Alta, robusta, decidida, con mucha
entereza en la voz y seguridad en sus juicios, su mujer era el orden,
el cálculo aritmético de los negocios de la casa, mientras que
Loiseau atraía con su actividad bulliciosa. Junto a ellos iban
sentados en la diligencia, muy dignos, como vástagos de una casta
elegida, el señor Carré-Lamadon y su esposa. Era el señor
Carré-Lamadon un hombre acaudalado, enriquecido en la industria
algodonera, dueño de tres fábricas, caballero de la Legión de
Honor y diputado provincial. Se mantuvo siempre contrario al Imperio,
y capitaneaba un grupo de oposición tolerante, sin más objeto que
hacerse valer sus condescendencias cerca del Gobierno, al cual había
combatido siempre "con armas corteses”, que así calificaba él
mismo su política. La señora Carré-Lamadon, mucho más joven que
su marido, era el consuelo de los militares distinguidos, mozos y
arrogantes, que iban de guarnición a Ruán. Sentada frente a su
esposo, junto a la señora de Loiseau, menuda, bonita, envuelta en su
abrigo de pieles, contemplaba con ojos lastimosos el lamentable
interior de la diligencia. Inmediatamente a ellos se hallaban
instalados el conde y la condesa Hubert de Breville, descendientes de
uno de los más nobles y antiguos linajes de Normandía. El conde,
viejo aristócrata, de gallardo continente, hacía lo posible para
exagerar, con los artificios de su tocado, su natural semejanza con
el rey Enrique IV, el cual, según una leyenda gloriosa de la
familia, gozó, dándole fruto de bendición a una señora de
Breville, cuyo marido fue, por esta honra singular, nombrado conde y
gobernador de provincia. Colega del señor Carré-Lamadon en la
Diputación provincial, representaba en el departamento al partido
orleanista. Su enlace con la hija de un humilde consignatario de
Nantes fue incomprensible, y continuaba pareciendo misterioso. Pero
como la condesa lució desde un principio aristocráticas maneras,
recibiendo en su casa con una distinción que se hizo proverbial, y
hasta dio que decir sobre si estuvo en relaciones amorosas con un
hijo de Luis Felipe, la agasajaron mucho las damas de más alta
alcurnia. Sus reuniones fueron las más brillantes y encopetadas, las
únicas donde se conservaron tradiciones de rancia etiqueta, y en las
cuales era difícil ser admitido. Las posesiones de los Brevilles
producían -al decir de las gentes- unos quinientos mil francos de
renta. Por una casualidad imprevista, las señoras de aquellos tres
caballeros acaudalados, representantes de la sociedad serena y
fuerte, personas distinguidas y sensatas que veneran la religión y
los principios, se hallaban juntas a un mismo lado, cuyos otros dos
asientos ocupaban dos monjas, que sin cesar hacían 4 correr entre
sus dedos las cuentas de los rosarios, desgranando padrenuestros y
avemarías Una era vieja, con el rostro descarnado, carcomido por la
viruela, como si hubiera recibido en plena faz una perdigonada. La
otra, muy endeble, inclinaba sobre su pecho de tísica una cabeza
primorosa y febril consumida por la fe devoradora de los mártires y
de los iluminados. Frente a las monjas, un hombre y una mujer atraían
todas las miradas. El hombre, muy conocido en todas partes, era
Cornudet, fiero demócrata y terror de las gentes respetables. Hacía
veinte años que salpicaba su barba rubia con la cerveza de todos los
cafés populares. Había derrochado en francachelas una regular
fortuna que le dejó su padre, antiguo confitero, y aguardaba con
impaciencia el triunfo de la República, para obtener al fin el
puesto merecido por los innumerables tragos que le impusieron sus
ideas revolucionarias. El día 4 de septiembre, al caer el Gobierno,
a causa de un error –o de una broma dispuesta intencionalmente-, se
creyó nombrado prefecto; pero al ir a tomar posesión del cargo, los
ordenanzas de la Prefectura, únicos empleados que allí quedaban, se
negaron a reconocer su autoridad, y eso le contrarió hasta el punto
de renunciar para siempre a sus ambiciones políticas. Buenazo,
inofensivo y servicial, había organizado la defensa con un ardor
incomparable, haciendo abrir zanjas en las llanuras, talando las
arboledas próximas, poniendo cepos en todos los caminos; y al
aproximarse los invasores, orgulloso de su obra, se retiró más que
a paso hacia la ciudad. Luego, sin duda, supuso que su presencia
sería más provechosa en El Havre, necesitado tal vez de nuevos
atrincheramientos. La mujer que iba a su lado era una de la que se
llaman galantes, famosa por su abultamiento prematuro, que le valió
el sobrenombre de Bola de sebo; de menos que mediana estatura,
mantecosa, con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las
falanges -como rosarios de salchichas gordas y enanas- , con una piel
suave y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo
complacía su frescura, que muchos la deseaban porque les parecía su
carne apetitosa. Su rostro era como una manzanita colorada, como un
capullo de amapola en el momento de reventar; eran sus ojos negros,
magníficos, velados por grandes pestañas, y su boca provocativa,
pequeña, húmeda, palpitante de besos, con unos dientecitos
apretados, resplandecientes de blancura. Poseía también -a juicio
de algunos- ciertas cualidades muy estimadas. En cuanto la
reconocieron las señoras que iban en la diligencia, comenzaron a
murmurar; y las frases "vergüenza pública”, “mujer
prostituida”, fueron pronunciadas con tal descaro, que la hicieron
levantar la cabeza. Fijó en sus compañeros de viaje una mirada, tan
provocadora y arrogante, que impuso de pronto silencio; y todos
bajaron la vista excepto Loiseau, en cuyos ojos asomaba más deseo
reprimido que disgusto exaltado. Pronto la conversación se rehizo
entre las tres damas, cuya recíproca simpatía se aumentaba por
instantes con la presencia de la moza, convirtiéndose casi en
intimidad. Se creían obligadas a estrecharse, a protegerse, a reunir
su honradez de mujeres legales contra la vendedora de amor, contra la
desvergonzada que ofrecía sus atractivos a cambio de algún dinero;
porque el amor legal acostumbra ponerse muy fosco y malhumorado en
presencia de un semejante libre. También los tres hombres, agrupados
por sus instintos conservadores en oposición a las ideas de
Cornudet, hablaban de intereses con alardes fatuos y desdeñosos,
ofensivos para los pobres. El conde Hubert hacía relación de las
pérdidas que le ocasionaban los prusianos, las que sumarían las
reses robadas y las cosechas abandonadas, con altivez de señorón
diez veces millonario, en cuya fortuna tantos desastres no lograban
hacer mella. El señor Carré-Lamadon, precavido industrial, se había
curado en salud, enviando a Inglaterra seiscientos mil francos, una
bicoca de que podía disponer en cualquier instante. Y Loiseau dejaba
ya vendido a la Intendencia del ejército francés todo el vino de
sus bodegas, de manera que le debía el Estado una suma de
importancia, que haría efectiva en El Havre. Se miraban los tres con
benevo!encia y agrado; aun cuando su calidad era muy distinta, los
hermanaba el dinero, porque pertenecían los tres a la francmasonería
de los pudientes que hacen sonar el oro al meter las manos en los
bolsillos del pantalón. El coche avanzaba tan lentamente, que a las
diez de la mañana no había recorrido aún cuatro leguas. Se habían
apeado varias veces los hombres para subir, haciendo eiercicio,
algunos repechos. Comenzaron a tranquilizarse, porque salieron con la
idea de almorzar en Totes, y no era ya posible que llegaran hasta el
anochecer. Miraban a lo lejos con ansia de adivinar una posada en la
carretera, cuando el coche se atascó en la nieve y estuvieron dos
horas detenidos. Al aumentar el hambre, perturbaba las inteligencias;
nadie podía socorrerlos, porque la temida invasión de los prusianos
y el paso del ejército francés habían hecho imposibles todas las
industrias. Los caballeros corrían en busca de provisiones de
cortijo en cortijo. acercándose a todos los que veían próximos a
la carretera; pero no pudieron conseguir ni un pedazo de pan,
absolutamente nada, porque los campesinos, desconfiados y ladinos,
ocultaban sus provisiones, temerosos de que al pasar el ejército
francés, falto de víveres, tomara cuanto encontrara. Era poco más
de la una cuando Loiseau anunció que sentía un gran vacío en el
estómago. A todos los demás les ocurría otro tanto, y la
invencible necesidad, manifestándose a cada instante con más
fuerza, hizo languidecer horriblemente las conversaciones,
imponiendo, al fin, un silencio absoluto. De cuando en cuando alguien
bostezaba; otro le seguía inmediatamente y todos, cada uno conforme
a su calidad, a su carácter, a su educación, abrían la boca,
ostensible o disimuladamente, cubriendo con la mano las fauces
ansiosas, que despedían un aliento de angustia. Bola de sebo se
inclinó varias veces como si buscase alguna cosa debajo de sus
faldas. Vacilaba un momento, contemplando a sus compañeros de
viaje; luego, se erguía tranquilamente. Los rostros palidecían y se
crispaban por instantes. Loiseau aseguraba que pagaría mil francos
por un jamoncito. Su esposa dio un respingo en señal de protesta,
pero al punto se calmó: para la señora era un martirio la sola idea
de un derroche, y no comprendía que ni en broma se dijeran
semejantes atrocidades. La verdad es que me siento desmayado
-advirtió el conde- ¿Cómo es posible que no se me ocurriera traer
provisiones? Todos reflexionaban de un modo análogo. Cornudet
llevaba un frasquito de ron. Lo ofreció, y rehusaron secamente. Pero
Loiseau, menos aparatoso, se decidió a beber unas gotas, y al
devolver el frasquito, agradeció el obsequio con estas palabras: -Al
fin y al cabo, calienta el estómago y distrae un poco el hambre. Se
reanimó y propuso alegremente que, ante la necesidad apremiante,
debían, como los náufragos de la vieja canción, comerse al más
gordo. Esta broma, en que se aludía muy directamente a Bola de sebo,
pareció de mal gusto a los viajeros bien educados. Nadie la tomó en
cuenta y solamente Cornudet sonreía. Las dos monjas acabaron de
mascullar oraciones, y con las manos hundidas en sus anchurosas
mangas, permanecían inmóviles, bajaban los ojos obstinadamente y
sin duda ofrecían al Cielo el sufrimiento que les enviaba. Por fin,
a las tres de la tarde, mientras la diligencia atravesaba llanuras
interminables y solitarias, lejos de todo poblado, Bola de sebo se
inclinó, resueltamente, para sacar de debajo del asiento una cesta.
Tomó primero un plato de fina loza; luego, un vasito de plata, y
después, una fiambrera donde había dos pollos asados, ya en trozos,
y cubiertos de gelatina; aún dejó en la cesta otros manjares y
golosinas, todo ello apetitoso y envuelto cuidadosamente: pasteles,
queso, frutas, las provisiones dispuestas para un viaje de tres días,
con objeto de no comer en las posadas. Cuatro botellas asomaban el
cuello entre los paquetes. Bola de sebo agarró un ala de pollo y se
puso a comerla, con mucha pulcritud, sobre medio panecillo de los que
llaman regencias en Normandía. El perfume de las viandas estimulaba
el apetito de los otros y agravaba la situación, produciéndoles
abundante saliva y contrayendo sus mandíbulas dolorosamente. Rayó
en ferocidad el desprecio que a las viajeras inspiraba la moza; la
hubieran asesinado, la hubieran arrojado por una ventanilla con su
cubierto, su vaso de plata y su cesta y sus provisiones. Pero Loiseau
devoraba con los ojos la fiambrera de los pollos. Y dijo: -La señora
fue más precavida que nosotros Hay gentes que no descuidan jamás
ningún detalle. Bola de sebo hizo un ofrecimiento amable: -¿Usted
gusta? ¿Le apetece algo, caballero?Es penoso pasar todo un día sin
comer. Loiseau hizo una reverencia de hombre agradecido:
-Francamente, acepto; el hambre obliga mucho. En la guerra, como en
la guerra. ¿No es cierto, señora?- Y lanzando en torno una mirada,
prosiguió: -En momentos difíciles como el presente, consuela
encontrar almas generosas. Llevaba en el bolsillo un periódico y lo
extendió sobre sus muslos para no mancharse los pantalones, y con la
punta de un cortaplumas pinchó una pata de pollo, muy lustrosa,
recubierta de gelatina. Le dio un bocado, y comenzó a comer tan
complacido que aumentó con su alegría la desventura de los demás,
que no pudieron reprimir un suspiro angustioso. Con palabras
cariñosas y humildes, Bola de sebo propuso a las monjitas que
tomaran algún alimento. Las dos aceptaron sin hacerse rogar; y, con
los ojos bajos se pusieron a comer de prisa, después de pronunciar a
media voz una frase de cortesía. Tampoco se mostró esquivo Cornudet
a las insinuaciones de la moza, y con ella y las monjitas, tendiendo
un periódico sobre las rodillas de los cuatro, formaron en la parte
posterior del coche, una especie de mesa donde servirse. Las
mandíbulas trabajaban sin descanso, se abrían y se cerraban las
bocas hambrientas y feroces. Loiseau, en un rinconcito se despachaba
muy a su gusto, queriendo convencer a su esposa para que se decidiera
a imitarle. Se resistía la señora; pero, al fin, víctima de un
estremecimiento doloroso como un calambre, accedió. Entonces el
marido, con floreos retóricos, le pidió permiso a “su encantadora
compañera de viaje" para servir a la dama una tajadita. Bola de
sebo se apresurò a decir: -Cuanto usted guste-.Y sonriéndole con
amabilidad, le alargó la fiambrera. Al destaparse la primera botella
de burdeos, se presentó un conflicto. Sólo había un vaso, el vaso
de plata. Se lo iban pasando el uno al otro, después de restregar el
borde con una servilleta. Cornudet, por galantería, sin duda, quiso
aplicar sus labios donde los había puesto la moza. Envueltos por la
satisfacción ajena, y sumidos en la propia necesidad, ahogados por
las emanaciones provocadoras y excitantes de la comida, el conde y la
condesa de Breville y el señor y la señora de Corre-Lamandon
padecieron el suplicio espantoso que ha inmortalizado el nombre de
Tántalo. De pronto, la misma esposa del fabricante lanzó un suspiro
que atrajo todas las miradas; su rostro estaba pálido, compitiendo
en blancura con la nieve que sin cesar caía; se cerraron sus ojos, y
su cuerpo languideció; se desmayó. Muy emocionado el marido
imploraba un socorro que los demás, aturdidos a su vez, no sabían
cómo procurarle, hasta que la mayor de las monjitas, apoyando la
cabeza de la señora sobre su hombro, aplicó a sus labios el vaso de
plata de vino La enferma se repuso; abrió los ojos, volvieron sus
mejillas a colorearse y dijo, sonriente, que se hallaba mejor que
nunca; pero lo dijo con la voz desfallecida. Entonces la monjita
insistiendo para que agotara el burdeos que había en el vaso,
advirtio: -Es hambre, señora; es hambre lo que tiene usted. 6 Bola
de sebo, desconcertada, ruborosa, dirigiéndose a los cuatro viajeros
que no comían, balbució: -Yo les ofrecería con mucho gusto... Pero
se interrumpió, temerosa de ofender con sus palabras la
susceptibilidad exquisita de aquellas nobles personas; Loiseau
completó la invitación a su manera, librando del apuro a todos:
-¡Eh! ¡Caracoles! Hay que amoldarse a las circunstancias. ¿No
somos hermanos todos los hombres, hijos de Adán, criaturas de Dios?
Basta de cumplidos, y a remediarse caritativamente. Acaso no
encontremos ni un refugio para dormir esta noche. Al paso que vamos,
ya será mañana muy entrado el día cuando lleguemos a Totes. Los
cuatro dudaban, silenciosos, no queriendo asumir ninguno la
responsabilidad que sobre un “sí” pesaría. El conde transigió,
por fin, y dijo a la tímida moza, dando a sus palabras un tono
solemne: -Aceptamos, agradecidos a su mucha cortesía. Lo difícil
era el primer envite. Una vez pasado el Rubicón, todo fue como un
guante. Vaciaron la cesta. Comieron, además de los pollos, una
terrina de foie-gras, una empanada, un pedazo de lengua, frutas,
dulces, pepinillos y cebollitas en vinagre. Imposible devorar las
viandas y no mostrarse atentos. Era inevitable una conversación
general en que la moza pudiese intervenir; al principio les
violentaba un poco, pero Bola de sebo muy discreta, los condujo
insensiblemente a una confianza que hizo desvanecer todas las
prevenciones. Las señoras de Breville y de Carré-Lamadon, que
tenían un trato muy exquisito, se mostraron afectuosas y delicadas.
Principalmente la condesa lució esa dulzura suave de gran señora
que a todo puede arriesgarse, porque no hay en el mundo miseria que
lograra manchar el rancio lustre de su alcurnia. Estuvo deliciosa. En
cambio, la señora Loiseau, que tenía un alma de gendarme, no quiso
doblegarse: hablaba poco y comía mucho. Trataron de la guerra,
naturalmente. Adujeron infamias de los prusianos y heroicidades
realizadas por los franceses; todas aquellas personas que huían el
peligro alababan el valor. Arrastrada por las historias que unos y
otros referían, la moza contó, emocionada y humilde, los motivos
que la obligaban a marcharse de Ruán: -Al principio creí que me
sería fácil permanecer en la ciudad vencida, ocupada por el
enemigo. Había en mi casa muchas provisiones y supuse más cómodo
mantener a unos cuantos alemanes que abandonar mi patria. Pero cuando
los vi, no pude contenerme; su presencia me alteró, me descompuse y
lloré de vergüenza todo el día. ¡Oh! ¡Quisiera ser hombre para
vengarme! Débil mujer, con lágrimas en los ojos los veía pasar,
veía sus corpachones de cerdo y sus puntiagudos cascos, y mi criada
tuvo que sujetarme para que no les tirase a la cabeza los tiestos de
los balcones. Después fueron alojados, y al ver en mi casa, junto a
mí, aquella gentuza, ya no pude contenerme y me arrojé al cuello de
uno para estrangularlo ¡No son más duros que los otros, no! ¡Se
hundían bien mis dedos en su garganta! Y lo hubiera matado si entre
todos no me lo quitan. Ignoro cómo salí, cómo pude salvarme. Unos
vecinos me ocultaron, y, al fin, me dijeron que podía irme a El
Havre... Así vengo. La felicitaron; aquel patriotismo que ninguno de
los viajeros fue capaz de sentir agigantaba, sin embargo, la figura
de la moza, y Cornudet sonreía, con una sonrisa complaciente y
protectora de apóstol; así oye un sacerdote a un penitente alabar a
Dios; porque los revolucionarios barbudos monopolizan el patriotismo
como los clérigos monopolizan la religión. Luego habló
doctrinalmente, con énfasis aprendido en las proclamas que a diario
pone alguno en cada esquina, y remató su discurso con un párrafo
magistral. Bola de sebo se exaltó, y le contradijo; no, no pensaba
como él; era bonapartista, y su indignación arrebolaba su rostro
cuando balbucía: -¡Yo hubiera querido verlos a todos en su lugar! ¡
A ver que hubieran hecho! ¡Ustedes tienen la culpa! ¡El emperador
es su víctima! Con un Gobierno de gandules, como ustedes, ¡daría
gusto vivir! ¡Pobre Francia! Cornudet, impasible, sonreía
desdeñosamente; pero el asunto tomaba ya un cariz alarmante cuando
el conde intervino, esforzándose por calmar a la moza exasperada. Lo
consiguió a duras penas y proclamó, en frases corteses, que son
respetables todas las opiniones. Entre tanto, la condesa y la esposa
del industrial, que profesaban a la República el odio implacable de
las gentes distinguidas y reverenciaban con instinto femenil a todos
los gobiernos altivos y despóticos, involuntariamente se sentían
atraídas hacia la prostituta, cuyas opiniones eran semejantes a las
más prudentes y encopetadas. Se había vaciado la cesta. Repartida
entre diez personas, aún pareció escasez su abundancia, y casi
todos lamentaron prudentemente que no hubiera más. La conversación
proseguía, menos animada desde que no hubo nada que engullir.
Cerraba la noche. La oscuridad era cada vez más densa, y el frío,
punzante, penetraba y estremecía el cuerpo de Bola de sebo, a pesar
de su gordura. La señora condesa de Breville le ofreció su rejilla,
cuyo carbón químico había sido renovado ya varias veces, y la moza
se lo agradeció mucho, porque tenía les pies helados. Las señoras
Carré-Lamadon y Loiseau corrieron las suyas hasta los pies de las
monjas. El mayoral había encendido los faroles, que alumbraban con
vivo resplandor las ancas de los jamelgos, y a uno y otro lado, la
nieve del camino, que parecía desarrollarse bajo los reflejos
temblorosos. En el interior del coche nada se veía; pero de pronto
se pudo notar un manoteo entre Bola de sebo y Cornudet. Loiseau, que
disfrutaba de una vista penetrante, creyó advenir que el hombre
barbudo apartaba rápidamente la cabeza para evitar el castigo de un
puño cerrado y certero. [...
]
Después de catorce horas de viaje, la diligencia se detuvo frente a
'la posada del Comercio. Abrieron la portezuela y algo terrible hizo
estremecer a los viajeros: eran los tropezones de la vaina de un
sable cencerreando contra las losas. Al punto se oyeron unas palabras
dichas por un alemán. La diligencia se habla parado y nadie se
apeaba, como sí temieran que los acuchillasen al salir.[...]
En francés-alsaciano indicó a los viajeros que se bajaran. Las dos
monjitas, humildemente, obedecieron con una santa docilidad propia de
las personas acostumbradas a la sumisión. Luego, el conde y la
condesa; en seguida, el fabricante y su esposa. Loiseau hizo pasar
delante a su cara mitad, y al poner los pies en tierra, dijo al
oficial: -Buenas noches, caballero. El prusiano, insolente como todos
les poderosos, no se dignó contestar. Bola de sebo y Cornudet, aun
cuando se hallaban más próximos a la portezuela que todos los
demás, se bajaron últimos, erguidos y altaneros en presencia del
enemigo. La moza trataba de contenerse y mostrarse tranquila; el
revolucionario se resobaba la barba rubicunda con mano inquieta y
algo temblona. [...]
Entraron en la espaciosa cocina de la posada, y el prusiano, después
de pedir el salvoconducto firmado por el general en jefe donde
constaban los nombres de todos los viajeros y se detallaba su
profesión y estado, los examinó detenidamente, comparando las
personas con las referencias escritas. Luego dijo en tono brusco:
-Esta bien-. Y se retiró.[...]
Iban a sentarse a la mesa, cuando se presentó el posadero. Era un
antiguo chalán, asmático y obeso, que padecía constantes ahogos,
con resoplidos ronqueras y estertores. De su padre había heredado el
nombre de Follenvie. Al entrar hizo esta pregunta: -¿La señorita
Isabel Rousset? Bola de sebo, sobresaltándose, dijo: -¿Qué ocurre?
-Señorita, el oficial prusiano quiere hablar con usted ahora mismo.
-¿Para qué? -Lo ignoro, pero quiere hablarle. -Es posible. Yo, en
cambio, no quiero hablar con él. Hubo un momento de preocupación;
todos pretendían adivinar el motivo de aquella orden. El conde se
acercó a la moza: -Señorita, es necesario reprimir ciertos ímpetus.
Una intemperancia por parte de usted podría originar trastornos
graves. No se debe nunca resistir a quien puede aplastarnos. La
entrevista no revestirá importancia y, sin duda, tiene por objeto
aclarar algún error deslizado en el documento. Los demás se
adhirieron a una opinión tan razonable; instaron, suplicaron,
sermonearon y, al fin, la convencieron, porque todos temían las
complicaciones que pudieran sobrevenir. La moza dijo: -Lo hago
solamente por complacer a ustedes. La condesa le estrechó la mano al
decir: -Agradecemos el sacrificio. Bola de sebo salió, y aguardaron
a servir la comida para cuando volviera. Todos hubieran preferido ser
los llamados, temerosos de que la moza irascible cometiera una
indiscreción, y cada cual preparaba en su magín varias insulseces
para el caso de comparecer. Pero a los cinco minutos la moza
reapareció, encendida, exasperada. balbuciendo: -¡Miserable! ¡Ah
miserable! Todos quisieron averiguar lo sucedido; pero ella no
respondió a las preguntas y se limitaba a repetir: - Es un asunto
mío, sólo mío, y a nadie le importa. Como la moza se negó
rotundamente a dar explicaciones, reinó el silencio en torno de la
sopera humeante. Cenaron bien y alegremente, a pesar de los malos
augurios.[...]
Acabada la cena, como era mucho el cansancio que sentían, se fueron
todos a sus habitaciones. Pero Loíseau, observador minucioso y
sagaz, cuando su mujer se hubo acostado, aplicó los ojos y el oído
alternativamente al agujero de la cerradura para descubrir lo que
llamaba "misterios del pasillo". Al cabo de una hora,
próximamente, vio pasar a Bola de sebo, más apetitosa que nunca
rebosando en su peinador de casimir con blondas blanca. Se alumbraba
con una palmatoria y se dirigía a la mampara de cristales raspados,
en donde lucía un expresivo número. Y cuando la moza se retiraba
minutos después, Cornudet abría su puerta y la seguía en
calzoncillos. Hablaron, y después Bola de sebo defendía
enérgicamente la entrada de su alcoba. Loisean, a pesar de sus
esfuerzos, no pudo comprender lo que decían pero, al fin, como
levantaron la voz, tomó al vuelo algunas palabras. Cornudet,
obstinado, resuelto decía: -¿Por que no quieres? ¿Qué te importa?
Ella, con indignada y arrogante apostura, le respondió:- Amigo mío,
hay circunstancias que obligan mucho, no siempre se puede hacer todo,
y además, aquí sería una vergüenza. Sin duda, Cornudet no
comprendió, y como insistía en sus pretensiones, la moza, más
arrogante aún y en voz más recia le dijo: -¿No lo comprende?...
¿Cuando hay prusianos en la casa, tal vez pared por medio? Y calló.
Ese pudor patriótico de cantinera que no permite libertades frente
al enemigo, debió de reanimar la desfallecida fortaleza del
revolucionario, quien, después de besarla para despedirse
afectuosamente, se retiró a paso de lobo hasta su alcoba. Loiseau,
bastante alterado abandonó su observatorio, hizo unas cabriolas y,
al meterse de nuevo en la cama, despertó a su antigua y correosa
compañera, la besó y le dijo al oído: -¿Me quieres mucho, vida
mía? Reinó el silencio en toda la casa. Y al poco rato se alzó,
resonando en todas partes, un ronquido, que bien pudiera salir de la
cueva o del desván, un ronquido alarmante, monstruoso acompasado,
interminable, con estremecimientos de caldera en ebullición. El
señor Follenvie dormía. Como habían convenido en proseguir el
viaje a las ocho de la mañana, todos bajaron temprano a la cocina,
pero la diligencia, enfundada por la nieve, permanecía en el patio,
solitaria, sin caballos y sin mayoral. En vano lo buscaban por los
desvanes y las cuadras. No lo encontraron dentro de la posada[...]
Después de muchas indagaciones, lo descubrieron sentado
tranquilamente, con el ordenanza del oficial prusiano, en una
taberna. El conde le interrogó: -¿No le habían mandado enganchar a
las ocho? -Sí; pero después me dieron otra orden. -¿Cuál? -No
enganchar. -¿Quién? -El comandante prusiano. -¿Por qué motivo?
-Lo ignoro. Pregúnteselo. Yo no soy curioso. Me prohiben enganchar y
no engancho. Ni más ni menos. -Pero ¿le ha dado esa orden el mismo
comandante? -No; el posadero, en su nombre. -¿Cuándo? -Anoche, al
retirarme.[...]
Los tres caballeros volvieron a la posada bastante intranquilos. A
las diez bajó Follenvie. Le hicieron varias preguntas apremiantes,
pero él sólo pudo contestar: -El comandante me dijo: "Señor
Follenvie, no permita usted que mañana enganchen la diligencia. Esos
viajeros no saldrán de aquí hasta que yo lo disponga."
Entonces resolvieron avistarse con el oficial prusiano. El conde le
hizo pasar una tarjeta en la cual escribió Carré-Lamadon su nombre
y sus títulos. El prusiano les hizo decir que los recibiría cuando
hubiese almorzado. Faltaba una hora. Ellos y ellas comieron, a pesar
de su inquietud. Bola de sebo estaba febril y extraordinariamente
desconcertada. Acababan de tomar el café cuando les aviso el
ordenanza. Loisean se agregó a la comisión; intentaron arrastrar a
Cornudet, pero dijo que no entraba en sus cálculos pactar con los
enemigos. Y volvió a instalarse cerca del fuego, ante otro jarro de
cerveza. Los tres caballeros entraron en la mejor habitación de la
casa, donde lo recibió el oficial, tendido en un sillón, con los
pies encima de la chimenea, fumando en una larga pipa de loza y
envuelto en una espléndida bata, recogida tal vez en la residencia
campestre de algún ricacho de gustos chocarreros, No se levantó, ni
saludó, ni los miró siquiera. ¡Magnifico ejemplar de la soberbia
desfachatez acostumbrada entre los militares! Luego dijo: -¿Qué
desean ustedes? El conde tomó la palabra: -Deseamos proseguir
nuestro viaje, caballero. -No. -¿Sería usted lo bastante bondadoso
para comunicarnos la causa de tan imprevista detención? -Mi
voluntad. -Me atrevo a recordarle, respetuosamente, que traemos un
salvo-conducto, firmado por el general en jefe, que nos permite
llegar a Dieppe. Y supongo que nada justifica tales rigores. -Nada
más que mi voluntad. Pueden ustedes retirarse. Hicieron una
reverencia y se retiraron. La tarde fue desastrosa: no sabían como
explicar el capricho del prusiano y les preocupaban las ocurrencias
más inverosímiles. Todos en la cocina se torturaban imaginando cuál
pudiera ser el motivo de su detención. ¿Los conservarían como
rehenes? ¿Por qué? ¿Los llevarían prisioneros? ¿Pedirían por su
libertad un rescate de importancia? El pánico los enloqueció. Los
más ricos se amilanaban con ese pensamiento; se creían ya
obligados, para salvar la vida en aquel trance, a derramar tesoros
entre las manos de un militar insolente.[...].Cuando
iban a servir la comida, Follenvie apareció y dijo: -El oficial
prusiano pregunta si la señorita Isabel Rousset se ha decidido ya.
Bola de sebo, en pie, al principio descolorida luego arrebatada,
sintió un impulso de cólera tan grande, que de pronto no le fue
posible hablar. Después dijo: -Contéstele a ese canalla, sucio y
repugnante que nunca me decidiré a eso. ¡Nunca, nunca, nunca! El
posadero se retiró. Todos rodearon a Bola de sebo, solicitada,
interrogada por todos para revelar el misterio de aquel recado. Se
negó al principio, hasta que reventó, exasperada: -¿Qué
quiere?... ¿Qué quiere?... ¿Qué quiere?... ¡Nada! ¡Estar
conmigo! La indignación instantánea no tuvo límites. Se alzó un
clamoreo de protesta contra semejante iniquidad. Cornudet rompió un
vaso, al dejarlo, violentamente, sobre la mesa. Se emocionaban todos,
como si a todos alcanzara el sacrificio exigido a la moza. El conde
manifestó que los invasores inspiraban más repugnancia que terror,
portándose como los antiguos bárbaros. Las mujeres prodigaban a
Bola de sebo una piedad noble y cariñosa. Las monjas callaban, con
los ojos bajos. Cuando la efervescencia hubo pasado, comieron. Se
habló poco. Meditaban. Se retiraron pronto las señoras, y los
caballeros organizaron una partida de ecarté, invitando a Follenvie
con el propósito de sondearle con habilidad en averiguación de los
recursos más convenientes para vencer la obstinada insistencia del
prusiano.[...]Desayunaron
silenciosos, indiferentes ante Bola de sebo. Las reflexiones de la
noche habían modificado sus juicios; ya casi odiaban a la moza por
no haberse decidido a buscar en secreto al prusiano, preparando un
alegre despertar, una sorpresa muy agradable a sus compañeros.
¿Había nada más justo? ¿Quién lo hubiera sabido? Pudo salvar las
apariencias dando a entender al oficial prusiano que cedía para no
perjudicar a tan ilustres personajes, ¿Qué importancia pudo tener
su complacencia, para una moza como Bola da sebo? Reflexionaban así
todos, pero ninguno declaraba su opinión. Al mediodía, para
distraer el aburrimiento, propuso el conde que diesen un paseo por
las afueras. Se abrigaron bien y salieron;[...]
Ya en casa, no se habló más del asunto. Se cruzaron algunas
acritudes con motivos insignificantes. La cena, silenciosa, terminó
pronto, y cada uno fue a su alcoba con ánimo de buscar en el sueño
un recurso contra el hastío. Bajaron por la mañana con los rostros
fatigados; se mostraron irascibles, y las damas apenas dirigieron la
palabra a Bola de sebo.[...]
Follenvie fue con la embajada y volvió al punto, porque, sin oírlo
siquiera, el oficial repitió que ninguno se iría mientras él no
quedara complacido. Entonces, el carácter populachero de la señora
Loiseau la hizo estallar: -No podemos envejecer aquí ¿No es el
oficio de la moza complacer a todos los hombres? ¿Cómo se permite
rechazar a uno? ¡Si la conoceremos! En Ruán lo arrebana todo, hasta
los cocheros tienen que ver con ella. Sí, señora, el cochero de la
Prefectura. Lo sé de buena tinta, como que toman vino de casa. Y
hoy, que podría sacarnos de un apuro sin la menor violencia, ¡hoy
hace dengues, la muy zorra! En mi opinión, ese prusiano es un hombre
muy correcto. Ha vivido sin trato de mujeres muchos días; hubiera
preferido, seguramente, a cualquiera de nosotras; pero se contenta,
para no abusar de nadie, con la que pertenece a todo el mundo.
Respeta el matrimonio y la virtud, ¡cuando es el amo, el señor! Le
bastaría decir: -"Esta quiero” y obligar a viva fuerza, entre
soldados, a la elegida. Se estremecieron las damas. Los ojos de la
señora Carré-Lamadon brillaron; sus mejillas palidecieron, como si
ya se viese violada por el prusiano. Los hombres discutían aparte v
llegaron a un acuerdo. Al principio, Loiseau, furibundo, quería
entregar a la miserable atada de pies y manos. Pero el conde, fruto
de tres abuelos diplomáticos, prefería tratar el asunto hábilmente,
y propuso: -Tratemos de convencerla. Se unieron a las damas. La
discusión se generalizó. Todos opinaban en voz baja, con mesura.
Principalmente las señoras proponían el asunto con rebuscamiento de
frases ocultas y rodeos encantadores para no proferir palabras
vulgares. Alguien que de pronto las hubiera oído, sin duda no
sospecharía el argumento de la conversación; de tal modo se cubrían
con flores las torpezas audaces. Pero como el baño de pudor que
defiende a las damas distinguidas en sociedad es muy tenue, aquella
brutal aventura las divertía y esponjaba sintiéndose a gusto, en su
elemento gachupeando en un lance de amor, con la sensualidad propia
de un cocinero goloso que prepara una cena exquisita sin poder
probarla siquiera. Se alegraron, porque la historia les hacía mucha
gracia. El conde se permitió alusiones bastante atrevidas -pero
decorosamente apuntadas- que hicieron sonreír. Loiseau estuvo menos
correcto, y sus audacias no lastimaron los oídos pulcros de sus
oyentes. La idea, expresada brutalmente por su mujer persistía en
los razonamientos de todos ¿No es el oficio de la moza complacer a
los hombres?, ¿Cómo se permite rechazar a uno?” La delicada
señora Carré-Lamadon imaginaba tal vez que, puesta en tan duro
trance, rechazaría menos al prusiano que a otro cualquiera.
Prepararon el bloqueo, lo que tenía que decir cada uno y las
maniobras correspondientes; quedó en regla el plan de ataque, los
amaños y astucias que debieran abrir al enemigo la ciudadela
viviente. Cordunet no entraba en la discusión, completamente ajeno
al asunto. Estaban todos tan preocupados, que no sintieron llegar a
Bola de sebo; pero el conde, advertido al punto, hizo una señal que
los demás comprendieron. Callaron, y la sorpresa prolongó aquel
silencio, no permitiéndoles de pronto hablar. La condesa, más
versada en disimulos y tretas de salón, dirigió a la moza esta
pregunta: -¿Estuvo muy bien el bautizo? Bola de sebo, emocionada,
les contó todo y acabó con esta frase: -Algunas veces consuela
mucho rezar. Hasta la hora del almuerzo se limitaron a mostrarse
amables con ella, para inspirarle confianza y docilidad a sus
consejos. Ya en la mesa emprendieron la conquista. Primero una
conversación superticial acerca del sacrificio. Se citaron ejemplos:
Judit y Holofermes; y sin venir al caso, Lucrecia y Sextus. Cleopatra
esclavizando con los placeres de su lecho a todos los generales
enemigos. Y apareció una historia fantaseada por aquellos
millonarios ignorantes, conforme a la cual iban a Capua las matronas
romanas para adormecer entre sus brazos amorosos al fiero Aníbal, a
sus lugartenientes y a sus falanges de mercenarios. Citaron a todas
las mujeres que han detenido a los conquistadores ofreciendo sus
encantos para dominarlos con un arma poderosa e irresistible; que
vencieron con sus caricias heroicas a monstruos repulsivos y odiados;
que sacrificaron su castidad a la venganza o a la sublime abnegación.
Discretamente, se mencionó a la inglesa linajuda que se mandó
inocular una horrible y contagiosa podredumbre para transmitírsela
con fingido amor a Bonaparte, quien se libró milagrosamente gracias
a una flojera repentina en el momento fatal. Y todo se decía con
delicadeza y moderación ofreciéndose de cuando en cuando en
entusiástico elogio que provocase la curiosidad heroica. De todos
aquellos rasgos ejemplares pudiera deducirsce que la misión de la
mujer en la tierra se reducía solamente a sacrificar su cuerpo,
abandonándolo de continuo entre la soldadesca lujuriosa. Las dos
monjitas no atendieron, y es posible que ni se dieran cuenta de lo
que decían los otros, ensimismadas en más íntimas reflexiones,
Bola de sebo no despegaba los labios. La dejaron reflexionar toda la
tarde. Cuando iban a sentarse a la mesa para comer apareció
Follenvie para repetir la frase de la víspera. Bola de sebo
respondió ásperamente: -Nunca me decidiré a eso, ¡Nunca, nunca!
Durante la comida, los aliados tuvieron poca suerte. Loiseau dijo
tres impertinencias. Se devanaban los sesos para descubrir nuevas
heroicidades -y sin que saltase al paso ninguna-, cuando la condesa,
tal vez sin premeditarlo, sintiendo una irresistible comezón de
rendir a la Iglesia un homenaje
se
dirigió a una de las monjas -la más respetable por su edad- y le
rogó que refiriese algunos actos heroicos de la historia de los
santos que habían cometido excesos criminales para humanos ojos y
apetecidos por la Divina Piedad que los juzgaba conforme a la
intención, sabedora de que se ofrecían a la gloria de Dios o a la
salud y provecho del prójimo. Era un argumento contundente. La
condesa lo comprendió y, fuese por una tácita condescendencia
natural en todos los que visten hábitos religiosos, o sencillamente
por una casualidad afortunada, lo cierto es que la monja contribuyo
al triunfo de los aliados con un formidable refuerzo. La habían
juzgado tímida y se mostró arrogante, violenta, elocuente. No
tropezaba en incertidumbres casuísticas; era su doctrina como una
barra de acero; su fe no vacilaba jamás, y no enturbiaba su
conciencia ningún escrúpulo. Le parecía sencillo el sacrificio de
Abrahan; también hubiese matado a su padre y a su madre por obedecer
un mandato divino, y, en su concepto, nada podía desagradar al Señor
cuando las intenciones eran laudables. Aprovechando la condesa tan
favorable argumentación de su improvisada cómplice, la condujo a
parafrasear un edificante axioma, "el fin justifica los medios",
con esta pregunta: - ¿Supone usted, hermana, que Dios acepta
cualquier camino y perdona siempre, cuando la intención es honrada?
-¿Quién lo duda, señora? Un acto punible puede, con frecuencia,
ser meritorio por la intención que lo inspire. Y continuaron así,
discurriendo acerca de las decisiones recónditas que atribuían a
Dios, porque le suponían interesado en sucesos que, a la verdad, no
deben importarle mucho. La conversación, así encarrilada por la
condesa, tomó un giro hábil y discreto. Cada frase de la monja
contribuía poderosamente a vencer la resistencia de la cortesana.
Luego, apartándose del asunto ya de sobra repetido, la monja hizo
mención de varias fundaciones de su Orden; habló de la superiora,
de sí misma, de la hermana San Sulpicio, su acompañante. Iban
llamadas a El Havre para asistir a cientos de soldados variolosos.
Detalló las miserias de tan cruel enfermedad lamentándose de que.
mientras inútilmente las retenía el capricho de un oficial
prusiano, algunos franceses podían morir en el hospital faltos dc
auxilio. Después de cenar fuese cada cual a su alcoba, y al día
siguiente no se reunieron hasta la hora del almuerzo. La condesa
propuso, mientras almorzaban, que debieran ir de paseo por la tarde.
Y el conde, que llevaba del brazo a la moza en aquella excursión, se
quedó rezagado... Todo estaba convenido. En tono paternal, franco y
un poquito displicente, propio de un "hombre serio" que se
dirige a un pobre ser, la llamó niña, con dulzura, desde su elevada
posición social y su honradez indiscutible, y sin preámbulos se
metió de lleno en el asunto: -¿Prefiere vernos aquí víctimas del
enemigo y expuestos a sus violencias, a las represalias que seguirían
indudablemente a una derrota? ¿Lo prefiere usted a doblegarse a
una... liberalidad muchas veces por usted consentida? La moza
callaba. El conde insistía, razonable y atento, sin dejar de ser "el
señor conde”, muy galante, con afabilidad, hasta con ternura si la
frase lo exigía. Exaltó la importancia del servicio y el
“imborrable agradecimiento”. Después comenzó a tutearla de
pronto, alegremente: -No seas tirana; permite al infeliz que se
vanaglorie de haber gozado a una criatura como no debe haberla en su
país. La moza, sin despegar sus labios, fue a reunirse con el grupo
de señoras. Ya en casa, se retiró a su cuarto, sin comparecer ni a
la hora de la comida. La esperaban con inquietud. ¿Qué decidirá?
Al presentarse Follenvie, dijo que la señorita Isabel se hallaba
indispuesta, que no la esperasen. Todos aguzaron el oído. El conde
se acercó al posadero y le preguntó en voz baja: -¿Ya está? -sí.
Por decoro no preguntó más; hizo una mueca de satisfacción
dedicada a sus acompañantes, que respiraron satisfechos y se reflejó
una retozona sonrisa en los rostros. Loiseau no pudo contenerse:
-iCaramba! Convido a champaña para celebrarlo. Y se le amargaron a
la señora Loiseau aquellas alegrías cuando apareció Follenvie con
cuatro botellas. Se mostraban a cuál más comunicativo y bullicioso;
rebosaba en sus almas un goce fecundo. El conde advirtió que la
señora Carré-Lamadon era muy apetecible, y el industrial tuvo
frases insinuantes para la condesa. La conversación chisporroteaba,
graciosa, vivaracha, jovial. De pronto Loiseau, con los ojos muy
abiertos y los brazos en alto aulló: -¡Silencio!- Todos callaron,
estremecidos. -¡Chist! -y arqueaba mucho las cejas para imponer
atención. Al poco rato dijo con suma naturalidad: -Tranquilícense.
Todo va como una seda. Pasado el susto, le rieron la gracia. Luego
repitió la broma: -¡Chist!- Y cada quince minutos insistía. Como
si hablara con alguien del piso alto, daba consejos de doble sentido,
producto de su ingenio de comisionista. Ponía de pronto la cara
larga, y suspiraba al decir: -¡Pobrecita! O mascullaba una frase
rabiosa: -¡Prusiano asqueroso! Cuando estaban distraídos, gritaba:
-¡No más! ¡No más! Y como si reflexionase, añadía entre
dientes: -¡Con tal que volvamos a verla y no la haga morir, el
miserable! A pesar de ser aquellas bromas de gusto deplorable,
divertían a los que las toleraban y a nadie indignaron, porque la
indignación, como todo, es relativa y conforme al medio en que se
produce. Y allí respiraban un aire infestado por todo género de
malicias impúdicas. Al fin, hasta las damas hacían alusiones
ingeniosas y discretas. Habían bebido mucho, y los ojos encandilados
chisporroteaban. El conde, que hasta en sus abandonos conservaba su
respetable apariencia, tuve una graciosa oportunidad, comparando su
goce al que pueden sentir los exploradores polares, bloqueados por el
hielo, cuando ven abrirse un camino hacia el Sur. Loiseau,
alborotado, se levantó a brindar: -¡Por nuestro rescate! En pie,
aclamaban todos, y hasta las monjitas, cediendo a la general alegría,
humedecían sus labios en aquel vino espumoso que no habían probado
jamás. Les pareció algo así como limonada gaseosa, pero más fino.
Loiseau advertía: -¡Que lastima! Si hubiera un piano podríamos
bailar un rigodón. Cornudet, que no había dicho ni media palabra,
hizo un gesto desapacible. Parecía sumergido en pensamientos graves
y, de cuando en cuando, se estiraba las barbas con violencia cómo si
quisiera alargarlas más aún. Hacia medianoche, al despedirse,
Loiseau, que se tambaleaba, le dio un manotazo en la barriga,
tartamudeando: -¿No está usted satisfecho? ¿No se le ocurre decir
nada? Cornudet, erguido el rostro y encarado con todos, como si
quisiera retarlos con una mirada terrible, respondió: -Sí, por
cierto. Se me ocurre decir a ustedes que han fraguado una
bellaquería.- Se levantó y se fue repitiendo: -¡Una bellaquería!
Era como un jarro de agua. Loiseau se quedó confundido; pero se
repuso con rapidez, soltó la carcajada y exclamó: -Están verdes;
para usted... están verdes. Como no le comprendían, explicó los
"misterios del pasillo". Entonces rieron desaforadamente;
parecían locos de júbilo. El conde y el señor Carré-Lamadow
lloraban de tanto reír. ¡Que historia! ¡Era increíble! -Pero
¿está usted seguro? -Tan seguro como que lo vi. -¿Y ella se
negaba? -Por la proximidad...vergonzosa del prusiano. -¿Es cierto?
-¡Ciertísimo! Pudiera jurarlo. El conde se ahogaba de risa; el
industrial tuvo que sujetarse con las manos el vientre, para no
estallar. Loiseau insistía: -Y ahora comprenderán ustedes que no le
divierta lo que pasa esta noche. Reían sin fuerzas ya, fatigados,
aturdidos. Acabó la tertulia. "Felices noches." La señora
Loiseau, que tenía el carácter como una ortiga, hizo notar a su
marido, cuando se acostaban, que la señora Carré-Lamandon, "la
muy fantasmona", rió de mala gana, porque pensando en lo de
arriba se le pusieron los dientes largos: -El uniforme las vuelve
locas. Francés o prusiano, ¿qué más da? ¡Mientras haya galones!
¡Dios mío! ¡Es una compasión; cómo está el mundo! Y durante la
noche resonaron continuamente, a lo largo del oscuro pasillo,
estremecimientos, rumores tenues apenas perceptibles, roces de pies
desnudos, alientos entrecortados y crujir de faldas. Ninguno durmió,
y por debajo de todas las puertas asomaron, casi hasta el amanecer,
pálidos reflejos de las bujías. El champaña suele producir tales
consecuencias, y, según dicen, da un sueño intranquilo. Por la
mañana, un claro sol de invierno hacía brillar la nieve
deslumbradora. La diligencia, ya enganchada, revivía para proseguir
el viaje, mientras las palomas de blanco plumaje y ojos rosados, con
las pupilas muy negras, picoteaban el estiércol, erguidas y
oscilantes entre las patas de los caballos. El mayoral, con su
zamarra de piel, subido en el pescante, llenaba su pipa; los
viajeros, ufanos, veían cómo les empaquetaban las provisiones para
el resto del viaje. Sólo faltaba Bola de sebo, y al fin compareció.
Se presentó algo inquieta y avergonzada; cuando se detuvo para
saludar a sus compañeros, se hubiera dicho que ninguno la veía, que
ninguno reparaba en ella. El conde ofreció el brazo a su mujer para
alejarla de un contacto impuro. La moza quedó aturdida; pero,
sacando fuerzas de flaqueza, dirigió a la esposa del industrial un
saludo humildemente pronunciado. La otra se limitó a una leve
inclinación de cabeza, imperceptible casi, a la que siguió una
mirada muy altiva, como de virtud que se rebela para rechazar una
humillación que no perdona. Todos parecían violentados y
despreciativos a la vez, como si la moza llevara una infección
purulenta que pudiera comunicárseles. Fueron acomodándose ya en la
diligencia y la moza entró después de todos para ocupar su asiento.
Como si no la conocieran. Pero la señora Loiseau la miraba de reojo,
sobresaltada, y dijo a su marido: - Menos mal que no estoy a su lado.
El coche arrancó. Proseguían el viaje. Al principio nadie hablaba.
Bola de sebo no se atrevió a levantar los ojos. Se sentía a la vez
indignada contra sus compañeros, arrepentida por haber cedido a sus
peticiones y manchada por las caricias del prusiano, a cuyos brazos
la empujaron todos hipócritamente. Pronto la condesa, dirigiéndose
a la señora Carré-Lamadon, puso fin al silencio angustioso:
-¿Conoce usted a la señora de Etrelles? -¡Vaya! Es amiga mía.
-Qué mujer tan agradable! -Si es encantadora, excepcional. Todo lo
hace bien: toca el piano, canta, dibuja... Una maravilla. El
industrial hablaba con el conde, v confundidas con el estrepitoso
crujir de cristales, hierros y maderas, se oían algunas de sus
palabras: “Cupón... Vencimiento... Prima.. Plazo..." Loiseau,
que había escamoteado los naipes de la posada, engrasados por tres
años de servicio sobre mesas nada limpias, comenzó a jugar al
béstgue con su mujer. Las monjitas, agarradas al grueso rosario de
su cintura, hicieron la señal de la cruz, y de pronto sus labios,
cada vez más presurosos, en un suave murmullo, parecían haberse
lanzado a una carrera de oremus; de cuando en cuando besaban una
medallita, se persignaban de nuevo y proseguían su especie de gruñir
continuo y rápido. Después de tres horas de camino, Loiseau,
recogiendo las cartas, dijo: -Hay gazuza. Y su mujer alcanzó un
paquete atado con un bramante, del cual sacó un trozo de carne
asada. Lo partió en lonchas finas, con pulso firme, y ella y su
marido comenzaron a comer tranquilamente. -Un ejemplo digno de ser
imitado -advirtió la condesa. Y comenzó a desenvolver las
provisiones preparadas para los dos matrimonios. Venían metidas en
un cacharro de los que tienen para pomo en la tapadera una cabeza de
liebre, indicando su contenido: un suculento pastelón de liebre cuya
carne sabrosa, hecha picadillo, estaba cruzada por collares de fina
manteca y otras agradables añadiduras. Un buen pedazo de queso liado
en un papel de periódico, lucía la palabra "Sucesos" en
una de sus caras. Las monjitas comieron una Ionganiza que olía mucho
a especias y Cornudet, sumergiendo ambas manos en los bolsillos de su
gabán, sacó del uno cuatro huevos duros y del otro un panecillo.
Mondó uno de los huevos, dejando caer en el suelo el cascarón y
partículas de yema sobre sus barbas. Bola de sebo, en el azaramiento
de su triste despertar, no había dispuesto ni pedido merienda, y
exasperada, iracunda, veía cómo sus compañeros mascaban
plácidamente. Al principio la crispó un arranque tumultuoso de
cólera, y estuvo a punto de arrojar sobre aquellas gentes un chorro
de injurias que se le venían a los labios; pero tanto era su
desconsuelo, que su congoja no le permitió hablar. Ninguno la miró
ni se preocupó de su presencia; se sentía la infeliz sumergida en
el desprecio de la turba honrada que la obligó a sacrificarse, y
después la rechazó, como un objeto inservible y asqueroso. No pudo
menos de recordar su hermosa cesta de provisiones devoradas por
aquellas gentes; los dos pollos bañados en su propia gelatina, los
pasteles y la fruta, y las cuatro botellas de burdeos. Pero sus
furores cedieron de pronto, como una cuerda tirante que se rompe, y
sintió pujos de llanto. Hizo esfuerzos terribles para vencerse; se
irguió, tragó sus lágrimas como los niños, pero asomaron al fin a
sus ojos y rodaron por sus mejillas. Una tras otra, cayeron
lentamente, como las gotas de agua que se filtran a través de una
piedra; y rebotaban en la oscilante de su pecho. Mirando a todos
resuelta y valiente, pálido y rígido el rostro, se mantuvo erguida
con la esperanza de que no la vieran llorar. Pero advertida la
condesa, hizo al conde una señal. Se encogió de hombros el
caballero, como si quisiera decir: “No es mía la culpa." La
señora Loiseau, con una sonrisita maliciosa y triunfante, susurró:
-Se avergüenza y llora. Las monjitas reanudaron su rezo después de
arrollar en un papelucho el sobrante de longaniza. Y entonces
Cornudet -que digería los cuatro huevos duros- estiró sus largas
piernas bajo el asiento frontero, se reclinó, cruzó los brazos, y
sonriente, como un hombre que acierta con una broma pesada, comenzó
a canturrear La Marsellesa. En todos los rostros pudo advertirse que
no era el himno revolucionario del gusto de los viajeros. Nerviosos,
desconcertados, intranquilos, se removían, manoteaban; ya solamente
les faltó aullar como los perros al oír un organillo. Y el
demócrata, en vez de callarse, amenizó el bromazo añadiendo a la
música su letra: “Patrio amor que a los hombres encanta, conduce
nuestros brazos vengadores libertad, libertad sacrosanta, combate por
tus fieles defensores”. Avanzaba mucho la diligencia sobre la nieve
ya endurecida, y hasta Dieppe, durante las eternas horas de aquel
viaje, sobre los baches del camino, bajo el cielo pálido y triste
del anochecer, en la oscuridad lóbrega del coche proseguía con una
obstinación rabiosa el canturreo vengativo y monótono obligando a
sus irascibles oyentes a rimar sus crispaciones con la medida y los
compases del odioso cántico. Y la moza lloraba sin cesar a veces, un
sollozo, que no podía contener, se mezclaba con las notas del himno
entre las tinieblas de la noche.
TRABAJO PRÀCTICO : REALISMO- BOLA DE SEBO-GUY DE MAUPPASANT.
FECHA DE ENTREGA (CARÀTULA Y FOLIO) 17/5 . ÙNICA FECHA. CASO CONTRARIO PRESENTAR CERTIFICADO COMO JUSTIFICATIVO.
Responder luego de terminar de leer el cuento.
1) Busque informaciòn sobre la guerra prusiana. Motivos, participantes, fecha de comienzo y finalizaciòn. Vencedores. ¿ a què paìs pertenecen las ciudades de Rùan y El Havre?
2) Producir una sìntesis del texto que incluya detalles importantes: lugar, personajes, conflictos, resoluciòn. Recordà que la sìntesis consiste en narrar con nuestras palabras la historia. (ojo con copiar y pegar de internet).
3) Una de las caracterìsticas del realismo son las descripciones. Transcribì ejemplos de descripciones: de lugar, y personas (una de cada una). Transcribì un ejemplo que justifique que el narrador del cuento es omnisciente, tercera persona.
4) Son diez los personajes de este cuento: ¿quiènes son?¿a què clase social pertenecen? ¿cuàl de ellos es el personaje marginal? ¿por què?
5)
¿Qué le pidió el comandante prusiano a Bola de sebo? ¿Por qué ella no aceptó? ¿Cómo reaccionaron los demás viajeros al enterarse?
6) Los 10 franceses protagonistas de esta historia intentan convencer a la protagonista8) ¿Qué planearon para convencerla? ¿Estaban todos de acuerdo? ¿Cómo lo lograron? (desarrollà tu respuesta explicando los argumentos que utilizò cada uno de ellos)
7) ¿Qué hecho de patriotismo realizó Bola de sebo? (Antes de subirse al carruaje, en su casa)
8) ¿Qué sucede al otro día? ¿Cómo calificarían el comportamiento de los demás viajeros con Bola de sebo?
9) ¿En qué se asemeja el comportamiento del oficial prusiano al de los viajeros?
1o) Este cuento realiza una crìtica social a la aristocracia y a la religiòn. Para explicar esto escribì un texto (10 renglones) utilizando las siguientes palabras: hipocresìa,, humillaciòn, crueldad, cinìsmo, falsedad.(prestar atenciòn a la coherencia y la cohesiòn.)
TALLER DE ESCRITURA. CUENTO REALISTA
Esta actividad serà un trabajo pràctico que puede ser realizado de a dos o de manera individual. Fecha de entrega 31/05/19.
Se deberàn respetar todas las indicaciones del taller de escritura para que el trabajo sea aprobado.( escribir en borrador y luego pasar en limpio)
1) Producir un relato realista teniendo en cuenta todo los visto en clase ( caracterìsticas del realismo, efecto de verosimilitud, crìtica social, etc.) Mìnimo una carilla;màximo una hoja.
2) La narraciòn deberà comenzar con la siguiente oraciòn: Ella (èl) lo matò y el relato deberà finalizar con la misma oraciòn.
3) Se utilizarà para narrar la historia el narrador en tercera persona singular omnisciente de principio a fin.
4) El cuento deberà incluir seis caracterìsticas del realismo.
5) Respetar la siguiente estructura narrativa:
Inicio: ¿Dònde pasò?¿cuàndo pasò?¿a quièn/es le/s pasò?
Conflicto: ¿què le/s pasò?¿còmo pasò? ¿Por què le paso?
desenlace: final del relato, soluciòn del conflicto.
6) Colocale un tìtulo.
ANTES DE ENTREGAR EL TRABAJO PARA LA CALIFICACIÒN REVISAR:
¿Es coherente la historia? ¿se entiende cuàl es el conflicto? ¿se describiò bien el lugar y los personajes? ¿se comprende el final?
Se repite muchas veces algunas palabras escritas?¿usaste para narrar los verbos en pasado perfecto (acciones concluidas?¿para describir usaste el pasado imperfecto (acciones no concluidas)?
El narrador siempre es en tercera persona omnisciente?
¿Colocaste al final de cada oraciòn el punto? ¿ utilizaste bien las comas y el punto aparte?
Las oraciones son muy largas y confusas?¿ estàn bien escritas? ¿se entienden las ideas que quisiste expresar? ¿Usaste mayùsculas para los nombres de personas y lugares? ¿estàn correctamente escritas las palabras? Para no repetir palabras¿usaste sinònimos, pronombres, elipsis o conectores?
¿Le colocaste todas las tildes? ¿usaste el diccionario para sacarte todas las dudas sobre el significado de las palabras o sobre sinònimos? ¿La letra se comprende o es confusa?¿Tu trabajo està prolijo?¿tiene nombre y apellido?
MOVIMIENTO LITERARIO. EL NATURALISMO
Introducción al naturalismo: qué es
Empezaremos hablando sobre el naturalismo para que así puedas comprender mejor en qué consiste esta corriente artística y literaria. Normalmente, está muy emparentada con el realismo,
ya que tiene algunas semejanzas muy determinantes con este movimiento. El realismo fue un movimiento que apareció como reacción al romanticismo: se huyó de la fantasía para mirar cara a cara a la realidad y ofrecerla al lector de una manera objetiva. La literatura realista pretendía convertirse en una literatura documental en la que tanto se reproducían los aspectos más bellos de la vida como aquellos más vulgares.
Por tanto, el naturalismo tiene que verse como una rama del realismo. Lo que perseguían de forma insistente era poder representar realidad de una forma objetiva y sincera. Huían de la artificialidad y evitaban reproducir aquellas partes de la vida que pueden ser más exóticas o sobrenaturales. En el naturalismo se quería hablar sobre esa parte del mundo que, casi siempre, está oculta: el racismo, la miseria, la corrupción, etc.
Realismo y naturalismo: diferencias principales
Sin embargo, es muy habitual confundir el realismo y el naturalismo porque cuentan con algunas bases que son muy similares. Para que comprendas mejor qué es cada concepto, aquí vamos a ofrecerte una comparación de ambas visiones del mundo.
El realismo quería que el arte huyera del artificismo del romanticismo. Lo que buscaba era mostrar la realidad de forma objetiva y, para ello, usaba recursos como utilizar el lenguaje cotidiano de la población. Los realistas observaban la realidad de una forma muy metódica para poder documentar todo aquello que sucedía en el día a día.
En cambio, el naturalismo quiso dar un paso más allá, por eso, muchos críticos consideran que es un tipo de realismo más exhaustivo. Su metodología fue mucho más científica y basaban sus obras en algunos conceptos de ciencias como el determinismo o el materialismo. Observaban y documentaban la vida cotidiana pero, también, ponían a sus personajes en situaciones experimentales para ver lo que podría ocurrir en la realidad.
características del naturalismo
Influencia del determinismo
El determinismo es la creencia de que todas las personas estamos determinadas por la situación en la que nacemos: nuestro sexo, nuestra ciudad, nuestra clase social, etcétera. Por tanto, en las novelas naturalistas no existe el libre albedrío, los personajes están totalmente condicionadas a su origen. La relación causa-efecto es la base del determinismo que impide que los personajes puedan tomar realmente sus propias decisiones y vivir la vida que quieran.
Novelas pesimistas
Debido a esta asfixiante condición en la que se encuentran los personajes del naturalismo, en toda la obra se suele respirar un aire pesimista. Una de las características del naturalismo es que querían dar visibilidad a aspectos que forman parte de la realidad y que, desde siempre, habían sido obviados en las artes y la literatura. La violencia, la enfermedad, el vicio, etc., son algunos de los temas que vemos en estas novelas.
Literatura objetiva
Debido a la voluntad de reflejar la realidad de la forma más veraz posible, los naturalistas empleaban un discurso objetivo en el que el narrador promovía un tono impersonal. No se involucraba en los personajes, simplemente narraba lo que a ellos les ocurría y sin poner ninguna frase ni comentario que revelara su pensamiento. Esto en parte es también influencia del espíritu científico que tenían los naturalistas y que trataban sus obras como un laboratorio en el que hacer pruebas y experimentar.
La herencia genética
Además de estar influenciados por nuestro contexto social, los naturalistas también creían que estábamos influencias por nuestros genes, por nuestra propia herencia. Las virtudes o defectos que se pasan de generación en generación es algo que nos condiciona sobremanera y que determina la manera en la que estamos viviendo en el mundo.
En contra del romanticismo
Tanto el realismo como el naturalismo surgieron como reacción al Romanticismo. Los románticos habían apostado por llevar a cabo un tipo de arte que explorara el interior del ser humano, las emociones, los sueños, el subconsciente, etcétera. Un tipo de literatura muy aislada de la realidad y en la que el poeta se convertía en una especie de Dios creador. Los realistas y naturalistas reaccionaron ante esta representación tan poco real del mundo y por eso promovieron otro tipo de arte que se alejara de la fantasía y reflejara el mundo tal y como es.
Uso de la ciencia y del método científico
Los naturalistas se consideraban científicos de la realidad. Por ello, seguían un método científico que pretendía analizar la vida de una forma objetiva y real. Los escritores naturalistas observaban, anotaban, investigaban y, después, escribían todo lo que habían visto. De una forma sistemática y sin involucrarse emocionalmente. Lo que querían era analizar la realidad y para hacerlo tenían la novela y el campo literario que les servía de laboratorio de experimentación.
La influencia de Darwin
Y, por último, otra de las características del naturalismo más destacadas es que este movimiento coincidió con la aparición de
El origen de las especies de Charles Darwin que se publicó en el 1859. El científico se basó en la biología evolutiva para intentar explicar de dónde viene el ser humano. Darwin detalló las distintas evoluciones de los seres vivos en el paso de generaciones y habló acerca de la selección natural, un concepto que indica que en la naturaleza solo gana aquel más fuerte o más preparado para sobrevivir. Los naturalistas concebían a las personas como especies y que todas ellas estaban luchando para procurar lograr su propia supervivencia.
Naturalismo.
La gallina degollada . H. Quiroga.
¡SIN TRABAJO! CUENTO DE EMILE ZOLA
UNIDAD II- COSMOVISION FANTÀSTICA
Tzvetan Todorov
Para Tzvetan Todorov lo fantástico implica la existencia de un acontecimiento extraño, imposible de explicar por las leyes del mundo que conocemos. Esto provoca la vacilación, es decir, la duda, en el lector y en el personaje. El lector duda entre darle una explicación sobrenatural o una explicación natural a los acontecimientos relatados. Esa vacilación puede ser sentida también por el personaje, por lo que la podemos encontrar representada en la obra. Lo fantástico ocupa el tiempo de esa incertidumbre, vive de esa ambigüedad.
En cuanto se elige una respuesta, es decir, cuando se da una explicación de lo fantástico, se deja lo fantástico para entrar en un género vecino, lo extraño o lo maravilloso. Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un aconteciemiento sobrenatural.
LOS TEMAS DEL GÈNERO FANTÀSTICO SEGÙN JULIO CORTáZAR
- Un ser humano sufre una metamorfosis, es decir, una mutación, y se convierte en otro ser u objeto.
- Animales, objetos o espíritus se animizan y adquieren características propias del ser humano.
- Suceden “viajes” en el tiempo, al pasado o al futuro; el tiempo se “detiene”; o existen desajustes entre el tiempo cronológico (es decir, el tiempo objetivo, el del mundo exterior) y el tiempo interior del personaje, etc.
- El sueño y la realidad se relacionan de modo inexplicable: varios personajes sueñan lo mismo; no es posible distinguir entre lo que un personaje sueña y lo que “vive” en la realidad del cuento. También es propio de los cuentos fantásticos que un personaje sueñe y un elemento del sueño aparezca cuando el personaje despierta.
- El döppelganger o doble.
- CLASIFICACIÒN DEL GÈNERO SEGÙN TODOROV
Tzvetan Todorov propuso una caracterización y clasificación tentativa de los relatos fantásticos en tres categorías:
- Lo maravilloso: se produce cuando frente al hecho sobrenatural se aceptan nuevas leyes de la naturaleza que pueden explicarlo. Toda clase de situaciones mágicas pueden suceder, tal es el caso de los cuentos de hadas como “Cenicienta”, donde la calabaza se convierte en carroza o el ratón en cochero.
- Lo extraño: cuando el hecho sobrenatural es explicado a partir de las leyes racionales, naturales o científicas. Lo extraño reside en la experiencia inquietante que se vive cuando algo familiar para nosotros se convierte en desconocido; pero al final, en los cuentos extraños se aclara el error de la quiebra de la realidad.
- Lo fantástico: se vincula con una ruptura en la trama de la realidad cotidiana; la normalidad se quiebra porque se produce un acontecimiento extraordinario: el acento está puesto en el conflicto que se crea entre hechos reales o que se consideran normales, y hechos que se consideran anormales o irreales. Al finalizar el relato, no sabemos exactamente que ocurre ni si el conflicto esta solucionado. El lector percibe ese fenómeno como inexplicable.
Según los indicios que proporcionan al lector, los cuentos fantásticos pueden clasificarse en:
1- Puros: mantienen la ambigüedad hasta el desenlace. El lector no puede optar por alguna de las posibles explicaciones (racional o sobrenatural).
2- Impuros: son aquellos que presentan en el momento de cierre algún elemento o indicio que orienta al lector a optar por una explicación de tipo sobrenatural para los hechos ocurridos.
3- Extraños: presenta una explicación racional para los hechos sobrenaturales.
ACTIVIDADES
1)Leer los siguientes fagmentos. ¿ ocurre algùn hecho sobrenatural o sin explicaciòn?¿Cuàl? Indiquen cuàl es el tema fantàstico en cada uno.
a) "Una mañana, al amanecer, estaba paarado en la puerta, mirè hacia la luz y vi otra vez al espectro" Charles Dickens.
b) "Antonia no se atreviò a hacer el menor movimiento (...). Y he aquì lo que sucediò: el sapo comenzò a hincharse por grados, aumentò, aumentò de manera prodigiosa, hasta triplicar su volumen". Leopoldo Lugones.
2) Escribir una explicaciòn fantàstica y otra racional que explique el fenòmeno extraordinario del cuento de Dickens.
3) Producir un final maravilloso, otro extraño y otro fantástico puro, para el fragmento del cuento de Lugones.
CUENTO FANTASTICO: CONTINUIDAD DE LOS PARQUES-ACTIVIDADES
NOVELA PARA LA TERTULIA LITERARIA.
EL JUGUETE RABIOSO -
CUENTO FANTÀSTICO
LA NOCHE BOCA ARRIBA-JULIO CORTÀZAR
NÙCLEOS, INDICIOS ,INFORMANTES Y CATÀLISIS